sábado, 12 de octubre de 2013

Dieta

Por fin me he puesto a dieta. Han sido 46 años viendo cómo mi barriga crecía sin parar, cómo mi papada ocultaba cada vez más mi cuello, cómo mis facultades físicas mermaban. Docenas de prendas de vestir que no aguantaban de una temporada a otra, situaciones incómodas impensables para la gente normal, como sentarse en una terraza, montarte en un coche o agacharte a por una moneda que se te ha caído.

No se cuánto peso. De hecho, mi enfermera Rocío no me pudo pesar porque la báscula del centro de salud no daba tanto de sí. Lo único que se es que peso demasiado. Siempre he sido reacio a acudir a un médico para adelgazar, así que encontré por casualidad ua solución intermedia: una amiga médico me regularía la dieta desde la distancia mientras una enfermera amiga también me controlaría in situ.

Llevo doce días, y la verdad es que no está siendo tan duro como pensaba. Estoy aprendiendo a comer bien, a hacer cinco comidas diarias, algo a lo que no estaba acostumbrado. Ya no pico entre horas, las sartenes han sido reemplazadas por la plancha, y las cervezas por agua y refrescos zero. Y funciona. Ya en la primera semana perdí 4 centímetros de cadera y 3 de cintura. Mi cara ya no está tan hinchada, y he recuperado las fuerzas para salir a andar todas las mañanas.

Lo llevo mucho peor en el aspecto social. Eso de salir a tomar unas cervezas con amigos y tomarte un botellín de agua, eso de renunciar a una cena por no amargarme ni amargar al resto...Me va a costar acostumbrarme. De lunes a jueves lo llevo genial, pero los fines de semana son mortales. Y es que, si bien he logrado que no eche de menos tomarme una cervecita en casa, cuando salgo y veo a mis amigos con sus jarras rebosantes de rico zumo de cebada me sale la vena envidiosa. Y lo paso mal. Muy mal.

Se que es cuestión de tiempo acostumbrarme, pero de momento no veo el día en el que pueda tomarme unas cañas sin preocuparme de mi peso. Sólo espero que no tarde mucho en asimilar mi situación y poder hacer vida social sin complejos y sin tirarme de los pelos por no poder comer y beber lo mismo que el resto.

Me he dado cuenta de lo importante que es la ayuda de los amigos en estos casos. Tengo la enorme suerte de estar rodeado de gente fenomenal, que no para de ayudarme, de animarme, de mimarme...puede que sin ellos ya habría tirado la toalla. Pero sigo al pie del cañón, y jamás había estado más convencido de algo.

Sólo espero que todo esto no me afecte al carácter. Tengo miedo de que el pasar por penurias alimenticias influya en mi forma de ser. Mucho miedo. Ya he dado orden a mis amigos que si me notan un cambio sustancial, me den dos hostias bien dadas. Quizás así espabile.

No hay comentarios:

Publicar un comentario